La felicidad la debemos encontrarla en nuestro interior pero la buscamos fuera. En muchas ocasiones basta con pedirle una ayudita al Señor o a la Virgen María para que nos haga ver que cada uno hemos nacido con una cruz, más pequeña unas veces, más grande otras, con los cantos afilados o con los cantos redondeados, pero cruz al fin y al cabo.
Hemos de aprender a convivir con nuestra cruz de cada día, y diría más, llevarla incluso con alegría. Éste es el único camino para alcanzar la felicidad en este mundo y... si perseveramos: tendremos, además, el premio de la vida eterna.
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